Ahmed Ibn Falan fue un cronista persa enviado por el Califa de Bagdad con una embajada al Rey del Búlgaros, en el año 921, en una región del Volga. Allí escribió todo aquello que vio y escuchó a lo largo del viaje, cosa que ha sido de gran ayuda para los historiadores actuales, aunque siempre teniendo en cuenta los posibles prejuicios propios de un Ibn Falan habituado a unas costumbres palaciegas de una de las sociedades más refinadas de la época.
Gran parte de su crónica está dedicada a los vikingos, que se encontraban allí para comerciar, a los que llama Rus; tal es el nombre que los nórdicos recibieron en oriente y que daría lugar al nombre de Rusia, reino que ellos fundaron con base en la ciudad de Kiev.
Ibn Falan se asombra por la perfección física de aquello hombres altos, fuertes, de piel muy blanca y rubios o pelirrojos, que vestían unos atuendos para él desconocidos. No menos estupefacto quedó con las armas que aquellos hombres portaban (hachas arrojadizas o espadas rectas y acanaladas) o los tatuajes que cubrían sus brazos de color verde oscuro. En aquel viaje, posiblemente de manera extraordinaria, les acompañaban sus esposas, que llevaban prendida en su túnica una cajita metálica, cuyo valor indicaba la riqueza de su esposo, además de unos caros collares de oro y plata. Se extraña así mismo el cronista del precio exagerado que llegan a pagar estos mercaderes por las cuentas de vidrio con que también se adornan sus mujeres.
Pero no todas las observaciones resultan positivas o tan siquiera indiferentes. Al parecer, la higiene no ocupaba un valor muy importante entre aquella gente. "Son las criaturas más asquerosas que Dios ha creado", escribe el persa. El caso es que los vikingos no se lavaban después de mantener relaciones sexuales ni después de comer, y eso resultaba inexcusable para un musulmán; por las mañanas si que se lavaban, pero he aquí un nuevo motivo de queja, ya que todos lo hacen en la misma palangana (eso queda bien reflejado en una jocosa escena de la película), cuando las normas islámicas decían que el agua con que alguien se lava (purifica) no debe tocar a nadie más.
Si alguno de ellos caía enfermo se apartaba del grupo a una tienda de campaña, alimentándose sólo de pan y agua, sin que los demás fuesen tan siquiera a visitarlo; si se recuperaba, volvía con los demás; si moría, lo incineraban. En caso de que fuese un esclavo, tenía más posibilidades de que fuese comido por los perros o por los buitres.
El rey de los Rus tenía en su palacio 400 hombres: los mejores guerreros y los que merecían su confianza, capaces de morir por él. Cada uno de ellos tenía dos esclavas, una que le servía la comida y otra con la que dormía. Aquí otra de las costumbres inexcusables: a veces el rey no dudaba en desfogarse con alguna de sus cuarenta esclavas sin bajarse siquiera del trono, y sin importar quien estuviese mirando. "Son como asnos salvajes", es la conclusión del persa.
Cuando los rus desembarcaban, lo primero que hacían era clavar una especie de poste con una cara labrada, ante la que se postraban invocando a alguno de sus dioses, al que piden que llegue algún mercader con muchos dinares y con ganas de comprarle las mercancías que ellos han traído desde tan lejos. Dejan una ofrenda a su dios, cosa que volverán a repetir otros días en caso de que las transacciones comerciales no salgan como desea. En cambio, si todo a salido a pedir de boca, les ofrecen un sacrificio en toda regla, dejando parte de la carne ante los ídolos y clavando la cabeza de los animales en estacas.
Especial relevancia en la crónica de Ibn Fadlan tiene la ceremonia de cremación de un personaje importante, debido a la minuciosidad con que la describe. No hay ningún otro escrito que pormenorice tanto un ritual funerario vikingo.
Primero hacen un entierro preliminar del cadáver y lo mantienen así durante diez días; mientras tanto, los familiares del difunto preguntan a sus esclavas quien quiere acompañar a su amo al más allá. La esclava que se presenta voluntaria recibe un tratamiento especial que la mantiene en un permanente estado de felicidad; se pone todo tipo de adornos, bebe, canta y se entrega a los hombres, mientras las demás preparan la ropa que el muerto llevará más tarde. Estas ropas son muy importantes en el ritual; para hacerlas se han apartado un tercio de los bienes dejados por el difunto; otra parte es para la familia y la restante para comprar la hidromiel que se consumirá durante las ceremonias de esos días, que llegan a adquirir carácter orgiástico.
Los amigos del muerto llevan su barco a
Читать далее...